Cuando todo encaja un poco mejor

Hace unos días, leyendo el libro Niños Complejos - Elaine Taylor-Klaus, algo me hizo clic. No fue una gran revelación, sino más bien una sacudida suave, de esas que te recolocan por dentro: ¿y si lo que a veces vivimos como un “problema” es, en realidad, otra forma de ser?

Durante años, he intentado “corregir” lo que no encajaba. La impulsividad, la sensibilidad extrema, la falta de previsión, las dificultades de comunicación, la intensidad emocional… todo eso que en casa parecía ir “a contracorriente”. Me pasaba el día intentando anticipar, controlar, suavizar y justificar.

No lo hacía con mala intención, pero todo esto me generaba la sensación constante de estar fallando: a mi misma y a mis hijos.

Y entonces, en esas páginas, leí algo que me desarmó: la clave no está en cambiarles, sino en aprender a encajar mejor con ellos. No se trata de forzar el molde, sino de encontrar uno que se adapte a las formas reales de nuestras vidas.

Esa idea —la bondad de ajuste— me pareció revolucionaria y a la vez tan obvia: no hay un solo modo correcto de ser niño ni tampoco de ser madre. Lo que necesitamos es conexión, sintonía, espacio para comprendernos mutuamente. Que nuestros hijos sientan que caben, tal como son, en su propia familia.

Y desde ahí, todo cambia. La impulsividad se convierte en espontaneidad. La distracción, en curiosidad viva. La intensidad, en capacidad de sentir profundamente. Y una empieza a mirarlos —y a mirarse— con un poco más de ternura, con menos juicio y con más esperanza.

El cambio empieza por nosotras.

Por atrevernos a ver distinto. Por dejar de luchar contra lo que es, y aprender a acompañarlo con presencia, con realismo y con amor del bueno —ese que sostiene sin exigir perfección.

Porque cuando una se ajusta, sin perderse, la vida familiar también encuentra su propio ritmo. Y ahí, en ese pequeño encaje imperfecto pero auténtico, hay algo que se parece mucho a la paz.

¿Te ha pasado alguna vez ese “clic” en el que todo empieza a tener otro sentido?