La frustración
- Mamá en Pausa

- 24 sept
- 2 Min. de lectura
La frustración no es tu enemiga, es tu brújula
¿Alguna vez has sentido esa punzada en el estómago cuando tus palabras se pierden en el camino? ¿Te ha pasado que te esfuerzas por subir un peldaño en la autonomía de tus hijos y, de repente, la escalera parece desaparecer? Yo también. Y si te soy honesta, la frustración me cuesta lo que no está escrito. A veces pienso que es esa emoción que te mira y te dice: "¡Ah, creías que lo tenías controlado, eh? ¡Pues toma, de regalo, una buena dosis de impotencia!".
He sentido esa impotencia mil veces. Cuando intento explicar algo con la mejor de mis intenciones y mi mensaje no llega, como si yo estuviera hablando en español y ellos en inglés. Cuando las expectativas que me hago sobre un pequeño avance no se cumplen. En esos momentos, es fácil creer que estás fracasando. Que no lo estás haciendo bien.
Pero, ¿y si te dijera que la frustración no es tu enemiga? ¿Qué pasaría si te atrevieras a verla como una señal, un mensaje interno, una brújula que te indica que necesitas un cambio de dirección?

¿De dónde viene la frustración?
La frustración, en su esencia, no es más que la diferencia entre lo que esperas y lo que realmente sucede. Como madres, y en especial, como madres de adolescentes con neurodivergencia, vivimos con la esperanza de que nuestros hijos avanzarán. Y lo harán, pero quizás no de la manera que nosotras imaginamos. A veces, parece que vamos a ritmo de caracol... con pausas para contemplar el paisaje.
Esa frustración que sentimos al no poder comunicarnos o al ver que el progreso es más lento de lo que desearíamos, nace de un lugar de amor y de un deseo profundo de conexión. No es un signo de que eres una mala madre; es una señal de que eres una madre que se preocupa. Y eso es algo muy valioso.
Abrazar la frustración para encontrar un nuevo camino
El primer paso es dejar de luchar contra ella. En lugar de negar o de castigarte por sentirla, te invito a hacer una pausa. Respira. Y en ese pequeño momento, pregúntale: ¿qué me vienes a enseñar, oh, frustración divina?
La frustración nos obliga a detenernos y a reajustar nuestras expectativas. Nos enseña a ser más flexibles y a soltar la necesidad de control. Cuando mi mensaje no llega a mis hijos, la frustración me impulsa a buscar nuevas maneras de comunicarme. Quizás necesite usar ayudas visuales, o ser más directa, o simplemente entender que el momento no es el adecuado.
En lugar de ver la frustración como un callejón sin salida, la podemos ver como una puerta hacia una nueva forma de entender y conectar. Cada vez que la sientas, en lugar de alejarla, tómala de la mano y pregúntale: "¿Qué me vienes a enseñar?"
Porque al final del día, no es el avance constante y lineal lo que nos define, sino la habilidad de encontrar la paz en el camino, por más curvas y baches que tenga. La frustración no es tu enemiga, es tu oportunidad de encontrar un camino diferente.




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